Un día, un viajero…una realidad que mata

Una de las muchas veces en que los choferes se bajaron del ómnibus...Una de las muchas veces en que los choferes se bajaron del ómnibus...FOTO: MAYKEL GONZÁLEZ VIVERO
¿Por qué debemos pagar por un mal servicio como si el servicio fuera bueno? Nuestro colaborador viajó por ómnibus desde Sagua la Grande hasta Santa Clara y nos hace la crónica...
Tomado de Cubasi
Escrito por  Carlos Alejandro Rodríguez Martínez/Especial para CubaSí

Sin más remedio que viajar a La Habana desde la provincia interior, opté por aprovechar las horas sedentarias del camino. No me propuse revisitar el paisaje conocido ni pude entregarme al sueño, frágil remedio contra el hastío de la carretera. Esta vez preferí pasar, en sigilo, como periodista encubierto. Desde la posición de simple viajero (que lo soy) se puede observar, sin avisar a nadie, sin alterar la rutina, la naturalidad de los hechos comunes.

Un sábado reciente, cuando abordé el ómnibus Yutong Sagua la Grande-La Habana ya conocía por experiencias propias y ajenas las irregularidades del trayecto. Antes de subir mi acompañante me advirtió: «Si en Cuba hay diez guaguas que presten un servicio pésimo, Sagua-Habana está en esa lista». Yo quise desconfiar, yo pensé en la casuística desafortunada, en la misma casualidad, pero me equivoqué.

Ese viaje, que fue el viaje de un día cualquiera, superó todos los pronósticos. En los 288 kilómetros que separan Sagua la Grande de la capital, la guagua se detuvo 46 veces. Cuando el ómnibus arribó finalmente a su destino, dos viajeros buscaron al jefe de turno de la Terminal Nacional. «¿Cuántas paradas oficiales tiene Sagua-Habana?», le preguntaron. «Seis», espetó él.

De esta manera, no solo se conoció que la guagua había hecho 40 paradas más de las establecidas, sino que también se había detenido, como promedio, cada 6,3 kilómetros.

Unas veces los choferes dieron botella a los pasajeros expectantes al borde de la carretera, aun cuando rebasaran la capacidad de la Yutong y tuvieran que ir, tristemente, en el pasillo. Y esos mismos viajeros iban casi siempre de un pueblo a otro pueblo inmediato, y tenían la anuencia de los conductores para servirse del ómnibus como si se tratara de un ómnibus local. Y otras veces más, también, los señores choferes bajaron a comprar lo que se vende aquí y allá, en puntos estatales o casas particulares.

Ninguna norma general, más allá de su propia voluntad al timón, determinaba aquellas paradas. Lo mismo se detuvieron en una calle de Quemado de Güines, que en un punto de recogida de Martí o Máximo Gómez, que en un lugar indefinido, en medio del campo. Lo mismo se tomaban unos pocos segundos que diez minutos.

Y ante esto, y ante las condiciones materiales bastante inconvenientes del ómnibus, los pasajeros comenzaron a protestar. Aun así, no supe que ninguno llevara sus quejas hasta los propios conductores. Me limité a escuchar y a anotar, aunque deseaba intervenir.


«Esto es una local», dijo una mujer. «No, no. Esto es un tren lechero», corrigió otra con más ímpetu. «Lo que pasa es que —intervino alguien más que aseguró viajar a menudo— cuando son choferes nuevos, que no tienen guara pa’cá, llegan temprano, pero si no…». ¡Pero si no…!

No se puede entender que con tantas quejas publicadas en los periódicos y en otros medios, con tantos llamados de alerta, con tantos mecanismos para chequear la calidad de los servicios, Ómnibus Nacionales no logre el control más básico en sus medios de transporte. ¿En realidad sirve el GPS o solo se trata de una falacia?

Lo que sucedió en la ruta Sagua-Habana está, por mucho, más cerca de la costumbre que de la casualidad. ¿Y cuántas rutas más, sin llegar a los hechos extremos de esta crónica, presentarán irregularidades semejantes? Solo los pasajeros tienen la palabra.


Además, con la pésima calidad de sus servicios la guagua en cuestión agudizó la inconformidad de los viajeros. Tantas paradas menguaron el efecto del aire acondicionado, precario desde la misma salida. Aunque no llovió significativamente en ningún momento, algunos pasajeros tuvieron que protegerse de las goteras durante todo el camino. Sin saberlo, muchos habían comprado asientos rotos, y tuvieron que viajar, molestos y molestados, hasta La Habana.

En medio de este panorama —claro está, alguien iba a decirlo— una mujer sentenció: «No es fácil pagar 54 pesos por esto».

No es fácil.  

Yo no sé, yo soy un simple viajero, pero si Ómnibus Nacionales no mantiene la calidad de sus servicios, tendrá que rebajar sus precios. Ojo por ojo.

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